Escribir sobre La Visita supone el ejercicio crítico más difícil de los últimos meses, un desafío que ninguno de los aficionados al séptimo arte va a ser capaz de realizar: se trata de enjuiciar la última obra de M. Night Shyamalan sin atender o, mejor dicho, sin darle importancia a la persona que la dirige. Y es una tarea completamente imposible. Puesto que La Visita sin Shyamalan no tendría sentido. Al igual que la carrera de Shyamalan tampoco tendría sentido sin La Visita.

Y es que en los últimos años no ha habido un director en la historia del cine comercial más ligado a cómo ha respondido el público a su filmografía que el director indio. La carrera comercial y crítica de Shyamalan es bien conocida hasta por aquellos que, a pesar de gustarles mucho el cine, no se detienen más allá de los créditos. El director pegó el petardazo a finales del 99 con aquella historia sobre un niño que veía fantasmas. La acogida fue tan masiva que recaudó casi diecisiete veces su presupuesto y cuando un año después llegó con su siguiente película el público se adueñó de las expectativas que debía generar el autor y le exigió que repitiera su fórmula. Y a pesar de cumplir con su famoso giro de guión, el público se encontró con una de las propuestas más arriesgadas y mejor ejecutadas que se han podido ver jamás: un estudio fílmico sobre el origen del superhéroe, sólo que ambientado en un mundo no fantástico y con la sombra del divorcio bailando con los personajes de la película. El público no la entendió. Lógico, era demasiado arriesgada y sobresaliente como para que la apreciaran como es debido. ¿Cuál hubiera sido la recepción crítica y comercial si El Protegido se hubiese estrenado hace meses, después de 15 años de películas de Marvel? A pesar de que con su siguiente película (Señales) obtuvo una gran acogida comercial, los verdaderos palos empezaron a lloverle con su siguiente propuesta: El Bosque, un preciosísimo relato en el que los personajes se movían por el miedo -el miedo y la sobreprotección surgida a raíz del 11S- y, sobre todo, por amor. Su siguiente propuesta, La Joven del Agua, fue el punto de inflexión para que los espectadores terminaran de rechazar las historias que les proponía y empezasen a ir con la escopeta cargada a ver todas y cada una de sus futuras películas. En palabras de Noel Ceballos, fue el propio público el que colocó al autor en una posición muy injusta dentro de la cultura popular. De alguna manera, traicionando a sus principios fílmicos, Shyamalan se vio obligado a abandonar su autoría para venderse al Hollywood comercial y así poder recuperar algo de la cuota de pantalla que esa ramera que es la taquilla decide si te dará dinero o no para financiar tu siguiente obra. Y fue precisamente con sus dos películas más comerciales, Airbender y After Earth, con las que terminaría de estrellarse con el público más indeciso e injusto de la historia.

Rechazado por sus propios espectadores, M. Night Shyamalan ha sabido programar la jugada perfecta para volver al terreno de juego, pero no por la puerta grande, sino colándole a la taquilla un gol por la escuadra. El director hindú se ha visto obligado a realizar una película de pequeño presupuesto y a pagársela de su propio bolsillo desembolsando 5 millones de dólares, una cantidad ridícula para los presupuestos que manejaba. Y una vez vista La Visita, poco importa que tuviera que costar más o menos, Shyamalan sabe ajustar al máximo los recursos de los que dispone y nos ofrece un relato filmado de la manera más sencilla posible y sin grandes estrellas de apellidos Whalberg o Smith que puedan estropear la función. Al venir producida por los creadores de Insidious y Paranormal Activity, puede que sea la primera vez en la historia de la filmografía del director que el marketing está vendiendo la película como lo que verdaderamente es: un relato con tintes de terror en el que dos niños van a conocer a sus abuelos durante una semana y estos abuelos empiezan a hacer cosas raras por la noche. No obstante, y al igual que a lo largo de toda su filmografía en la que podemos encontrar la mayoría de estos elementos, Shyamalan vuelve a sus orígines y sigue hablándonos de esa familia rota que necesita volver a estar unida para vencer a lo sobrenatural. Como también dice Pere Vall, Shyamalan vuelve al terror básico, al cuento para no dormir, al ruido extraño detrás de la puerta.

Y para volver al terror que tanto resultado le dio en los momentos espeluznantes de El Sexto Sentido y Señales, Shyamalan se atreve a jugar con los subgéneros del found footage (metraje encontrado) y el documental que hemos visto tantas y tantas veces en los últimos años: Paranormal Activity, Monstruoso, REC, Chronicle, Project Almanac, En El Ojo de la Tormenta, etc. La pregunta que le puede surgir al espectador es que si después de tantas y tantas películas con el mismo estilo era necesario que un director de la talla de Shyamalan se pusiera a jugar con las camaritas. Y la respuesta es que sí. No sólo porque encuentra en la historia la propia justificación para que las use (la historia la conduce una niña de 16 años que quiere realizar un documental sobre la semana que va a pasar con sus abuelos), sino que además M. Night se atreve a introducir una segunda cámara, ponerla en manos del hermano pequeño, y jugar con una narrativa en la que intercala lo que van registrando ambos objetivos a la vez. El juego de planos y de suspense está servido y a merced de hacerlo pasar muy mal a los espectadores en determinados momentos. Y no sólo porque al jugar con dos cámaras el director nos va a enseñar lo que él quiera en el momento determinado dejando fuera de plano lo que nos aterra, sino que en muchos momentos rompe las reglas del género y se burla de nuestras expectativas respecto a lo que creemos que nos vamos a encontrar, como ese plano estático del salón en el que estamos pendientes de ver qué es lo que verdaderamente ocurre y uno de los personajes agarra la cámara. Quienes ya la hayáis visto sabréis de qué hablamos. Al igual que no sólo va a romper con nuestras expectativas sobre el terror, sino que cuando menos nos lo esperamos va a introducir un humor negrísimo en el relato y va a lograr que el patio de butacas dude entre morirse de miedo o morirse de la risa, puesto que los momentos cómicos están introducidos de una manera soberbia gracias a ese pequeño gran descubrimiento que es Ed Oxenbould, el niño que interpreta a Tyler, el hermano pequeño de esta historia y que protagoniza momentos delirantes que nos liberan de la tensión que llevamos acumulada y que descargamos en forma de sincera carcajada. Mucha atención a la escena en la que imita a su abuela.

Como decíamos anteriormente, no podemos entender el porqué existe una película como La Visita sin atender a las razones que han llevado al director hindú a realizarlas. Quizás vayan a verla sin saber quién la ha dirigido quizás se encuentren con una película normalita y muy disfrutable. De hecho, si eliminásemos de la ecuación el nombre de Shyamalan nos encontraríamos con una película mediocre y que, en su esencia, nos puede estar contando una chorrada como un piano. Pero claro, viene firmada por quien viene firmada y eso hace que fijemos el punto de atención (y nuestras afiladas garras) en quien maneja las cámaras. Y si hay otra película que recuerda mucho a la situación en la que se encuentra Shyamalan quizás sea Los Amantes Pasajeros, de Pedro Almodóvar, quien nos demostró con ella que no le debe nada al público que muchas veces le ha dado la espalda y que se puede permitir contar la historia que le dé la real gana. Y aplaudo la valentía de ambos autores por hacerlo, que para eso son cineastas y su trabajo es contar historias. Aunque no debemos olvidar que ellos jamás nos dejaron de lado a nosotros.