Tengo un problema con Jurassic World. Cuando salí de verla y me fui a cenar con mis amigos, surgió un pequeño debate de cine en el que mi amigo Juanmez decía que "la primera impresión es la que cuenta", a lo que le respondí que estaba completamente equivocado. Hay muchas películas cuya primera impresión puede dejar un gusto raro, pero en cuanto van pasando las horas, y lees y hablas con otras personas estas cintas van adquiriendo otra dimensión y comienzas a verlas -y a apreciarlas- de otra manera, haciendo que ese regusto que teníamos todavía termine convirtiéndose en un agradable sabor para el paladar. Se me ocurren títulos como Funny Games, Magical Girl o la muy reciente It Follows, que terminas apreciando las grandes películas que son una vez pasado el tiempo. Pues con Jurassic World me ocurre todo lo contrario: salí muy satisfecho del cine, me entretuvo muchísimo y la disfruté como un niño, pero en cuanto pasaban las horas y me ponía a darle vueltas a lo que había visto es cuando empezaba a paladear ese regusto raro que no lo tuve durante la proyección, pero sí a la salida.

Javier Ruiz de Arcaute apuntaba en su crítica, acertadísima desde la primera hasta la última palabra, que Jurassic Park es una de las muchas sagas que sólo puede sorprender a sus espectadores una sola vez: la primera. Y vaya cómo lo hizo. En aquel verano, la cámara del director estadounidense bajaba hasta los pies del Dr. Alan Grant para mostrarnos, señalando al cielo, que lo que los espectadores estábamos viendo era un dinosaurio de verdad. Y lo era, o al menos yo aún sigo convencido de ello. Steven Spielberg se cascó, allá por el año 93, una de las experiencias cinematográficas más grandes, más impresionantes y que más han marcado a generaciones de espectadores. Las secuelas que vinieron después no fueron más que un intento por estirar el chicle y la fiebre de los dinosaurios, que aún tenían mucho dinero que generar. Spielberg volvió a adelantarse en el 97 con su Mundo Perdido a todas las películas de "bichos gigantes" que vendrían después, como The Relic, Anaconda, Godzilla, etc. Pero los resultados artísticos y emocionales de El Mundo Perdido tardaron muchos años en hacer efecto: todos fuimos a verla en masa, todos salimos alucinados del cine por volver a ver a los tiranosaurios, pero no nos dimos cuenta de lo mala que era hasta años después. Por mucho que Spielberg quisiera innovar trayendo los dinosaurios y la destrucción a un entorno urbano, la película deja(ba) mucho que desear.

A Jurassic Park III no voy ni a mentarla.

Volvemos al presente, al 2015. Han pasado veintidós años desde el estreno de la primera entrega y muchas han sido las cosas que han cambiado en estas dos décadas: ha cambiado el modo de hacer cine, ha cambiado el modo de consumirlo y, sobre todo, hemos cambiado nosotros como espectadores. Era evidente que los ojos que fueron al cine este fin de semana para comprobar qué me iba a ofrecer el director Colin Trevorrow no son los mismos ojos que miraban atónitos cómo un tiranosaurio de verdad atravesaba su verja electrificada y rugía entre dos jeeps. Como hemos dicho antes, Jurassic World es plenamente consciente de que era imposible que jugase con el factor sorpresa, como se le ocurriese jugar esa mano sabía que no la iba a ganar. A lo largo de dos décadas de cine hemos visto infinidad de bichos y centenares de películas que han querido ser la nueva atracción de Jurassic Park. Por lo tanto, Jurassic World ha jugado otra carta infinitamente más inteligente para los tiempos que corren: la carta de la nostalgia. Jurassic World se apoya en el cariño que durante décadas le hemos tenido todos a la primera entrega para ganarse nuestro afecto como espectadores. Apuesto a que todos los que la hayáis visto habréis tenido conversaciones a la salida del cine en las que "pues los guiños a la primera me han encantado" ha sido un argumento de peso a la hora de defenderla. Y un argumento muy válido, ojocuidao, pero que no se sostiene a la hora de valorarla en su justa medida.

Jurassic World es un auténtico parque de atracciones en el que los espectadores nos subimos a los recuerdos de una película de hace veintidós años y dejamos que Trevorrow maneje nuestro asiento de la montaña rusa de la memoria a su antojo. Y se lo permitimos, porque la mera de idea de ver en funcionamiento ese Parque que el Dr. Grant y el John Hammond decidieron no avalar es algo por lo que mataría el niño de nueve años que aún llevamos dentro. A lo largo de la primera hora de película iremos andando por los lugares comunes que tantas veces hemos imaginado en aquel VHS gastado, lugares que visitaremos con el hilo musical de John Williams que Giacchino se empeña en utilizar tan mal tantas veces (atentos a cómo uno de los momentos en los que la música cobra más emoción ocurre dentro una habitación de hotel). Y el niño que ha pagado sus 6€ de entrada ha quedado satisfecho. Pero en cuanto el parque comienza a irse al carajo, como manda el canon de las "películas jurásicas", es cuando el adulto entra a juzgar.

Uno de los argumentos que más se pueden escuchar es las conversaciones de este fin de semana es que "Jurassic World es un blockbuster veraniego que cumple a la perfección su función de entretener".  Y ojito de nuevo que no voy a rebatir ni una sola palabra de esta afirmación, puesto que se cumple al pie de la regla y también es muy digna. Pero soy de la opinión que, como espectadores, nos merecíamos mucho más de lo que hemos visto. ¿O a vosotros no os parece? No podemos quedarnos en la simple satisfacción de que con salir entretenidos la película ha cumplido todos sus objetivos. A lo mejor esto se lo podemos pedir a sagas como Fast & Furious o al superhéroe de turno. ¿Pero se lo pediríais a sagas como las de James Bond o a El Señor de los Anillos? ¿Os conformáis sólo con salir entretenidos? A lo mejor el raro soy yo, que las anteriores venían firmadas por el mismísimo Steven Spielberg y a ésta le iba a exigir que corrigiese el patinazo que supuso la tercera. Malditas expectativas. Y aquellos que me digan que un blockbuster no puede sorprender a estas alturas les invito a que vean ese otra cuarta entrega de una saga llamada Mad Max: Furia en la Carretera, prueba viviente que treinta años después de la primera entrega aún te puedes cascar un pajote visual de primer órdago si le pones cariño y ganas.

A lo largo de estos dos días que llevo dándole vueltas a este regusto raro que me ha dejado la película he llegado a la conclusión que mi verdadera molestia es que, al contrario que las anteriores entregas de la saga, Jurassic World no contiene ni una sola escena que se me haya grabado a fuego en mi memoria o me dejara clavado al asiento, cosa que sí hicieron las anteriores. Dice el refrán que si el comparar no es justo diré que no hay comparación. Comparar a Spielberg con Trevorrow es como comparar a Dios con un boniato, y lo del score de Giacchino contra la partitura que se marcó Williams en su día es otro tanto de lo mismo. Decía en Rafa de @LasHorasPerdidas que "la secuencia de la cocina de Jurassic Park es una obra maestra y por sí sola justifica el precio de la entrada. Sabes, Y SPIELBERG SABE QUE LO SABES, que los niños tienen tantas posibilidades de sobrevivir como una bola de nieve en el infierno." ¿Y la del tiranosaurio? ¿Qué podemos decir de ella? ¿Que Spielberg colocó la cámara, quitó la música y puso dos coches, tres adultos, dos niños aterrorizados y un morlaco de 8 toneladas de peso y dejó que ocurrieran cosas? Pero es que me es imposible no comparar, así que el único amago de justicia que voy a permitir es dejar fuera de juego a la primera entrega, porque si no el combate no duraría ni un asalto.

Es evidente que El Mundo Perdido ha envejecido muy mal, al igual que el tiempo terminará diciendo el recuerdo que nos dejará esta nueva entrega en nuestra memoria. Pero si por algo se caracterizaban las películas de Spielberg, y al menos yo pensaba que esta nueva tendría algo de él (malditas expectativas, de nuevo) es que tanto la primera como la segunda entrega tenían ES-CE-NA-CAS, auténticos escenones dignos de estudiar su planificación en las facultades de cómo jugar con las emociones de los espectadores. Y eso es algo que echo de menos cada vez que aparece cualquier dinosaurio en esta nueva entrega. Basándome en lo que han supuesto para mí las experiencias de ver las películas por primera vez en el cine, siento decirle al señor Trevorrow que por muy bien filmadas que estén las escenas del Indominus y de los raptores no le llegan a la suela de los zapatos a las que ya nos enseñaron dieciocho años atrás. Incluso las escenas de El Mundo Perdido que dirigió Spielberg con la desgana y con el piloto automático puesto son mejores que cualquier secuencia planteada por Trevorrow. Secuencias como el ataque de los velicorraptores por la noche en mitad del campo, la escena de la caravana colgando o incluso el ataque al campamento del tiranosaurio siguen siendo dignas de admiración, al menos si las comparamos con las de la última entrega. Y aquellos que me saquéis a coalición la pelea final de Jurassic World os recuerdo que el elemento que hace impresionante esta escena es, de nuevo, la nostalgia en forma de bengala roja y de muchos dientes. Nostalgia por ver de nuevo y en todo su esplendor el último elemento del parque que aún nos faltaba por ver y que hacía tanto que no veíamos rugir en pantalla grande.


Pero bueno, a pesar de todo lo que he dicho, tan sólo sea mi propia afirmación al argumento que le rebatía a Juanma al principio del post: la primera impresión no es la que cuenta. Cuando vuelva a verla, que seguramente lo haga, os vuelvo a contar y espero que sea para mucho mejor. No obstante, y a pesar de lo negativo que pueda haber sido porque echo en falta la garra y tensión de las secuencias de las anteriores entregas en esta última, Jurassic World cuenta con muchísimos otros aciertos como su pareja protagonista (Chris Pratt es imposible que no resulte simpático y Bryce Dallas Howard vuelve a estar encantadora corriendo por los empedraos con tacones, ¡brava!) y un humor muy muy muy loco a lo largo de todo su metraje, centrado en el bizarrismo de ciertas secuencias como verse a cuatro raptores con GoPro atadas a la cabeza dignas del mejor Aliens de James Cameron o de ciertos personajes que terminan declarando su amor en el momento más inoportuno de la historia (y con una respuesta más loca aún, si cabe).

Jurassic Park es como el Indominus Rex: diseñado a partir de lo antiguo con elementos nuevos para atraer al cine a todos los espectadores, tanto aquellos que sabemos que nos volverá a tocar la fibra nostálgica en cuanto veamos los elementos del parque que nos son familiares desde hace tantos años como las nuevas generaciones que nunca atravesaron sus puertas y ya le están pidiendo a sus padres -que cuando fueron al cine entonces ellos eran los niños- que les compren este fascículo o esta taza o este peluche. Porque si pones en pausa la película en cualquier fotograma puedes comprar la mitad de los objetos que aparecen en ella. Y vamos a seguir comprándolos.