Tras llegar en helicóptero a una misteriosa isla, dos jeeps que avanzan por campo abierto se detienen bajo las órdenes del anciano Dr. Hammond. Uno de los pasajeros, el paleontólogo Alan Grant, mira a su izquierda y el asombro ante lo que está viendo le deja paralizado e incrédulo. No sólo tiene que quitarse el sombrero, también necesita deshacerse de sus gafas de sol para comprobar que sus sentidos no le engañan. La inquietud de la música de John Williams va en ascenso. La Dra. Sattler, absorta en la lectura de un panfleto que hace las veces de mapa, tiene la misma reacción que su compañero en cuanto ve con sus propios ojos lo que parecía increíble para los espectadores de 1993. Un paneo de la cámara de Steven Spielberg va mostrando, poco a poco, lo que ningún espectador podía imaginarse por aquella época: una bestia prehistórica con un cuello de 9 metros de largo y 50 toneladas de peso. Aquella imagen logró cambiar el cine como lo conocemos hoy día, y el propio Dr. Grant le decía a los espectadores lo que nadie era capaz de creer: “Es un… dinosaurio”.

Se dice pronto, pero han pasado 22 años desde que Parque Jurásico se estrenase. En Estados Unidos inició su carrera comercial el 11 de junio de 1993 y a las carteleras españolas llegó meses después, en octubre. Muchos de nosotros recordamos aquel estreno cinematográfico como si fuera ayer mismo. El estreno de la película de Steven Spielberg será recordado por numerosos factores, tanto por la impresionante e inteligentísima campaña de marketing que tuvo detrás como por la proyección en sí: los espectadores recuerdan pocas películas en los que el patio de butacas vibrara tanto o estuviese aguantando la respiración durante tantas y tantas y tantas escenas que ya han pasado a la historia del cine, en especial dos de ellas. Ya desde el principio de la cinta, el público experimentó uno de los inicios más terroríficos que se recuerdan en una sala de cine, con niños llorando en la primera escena y padres que salían corriendo de la sala. Y todo sin mostrar absolutamente nada, ojo cuidao. Tras esta aterradora secuencia en la que algo se acababa de zampar a un operario del Parque, Steven relajó los ánimos de la platea durante casi una hora pero sin perder el ritmo en ningún momento, hasta que a mitad de película nos mostró, para quien suscribe este artículo, la mejor secuencia de la historia del cine. Por supuesto, estamos hablando del ataque del Tiranosaurio a los jeeps, todo un prodigio de planificación y de montaje, en el que en ningún momento se recurre a la música y en el que Spielberg manejó con maestría todos los ingredientes de los que disponía en un espacio tan reducido: dos coches, tres adultos, dos niños aterrados, un váter y un morlaco de 8 toneladas de peso como maestro de ceremonias. Si el ataque del Rex se caracteriza por ser una escena “estática”, Spielberg mostraría la otra cara de la moneda en la segunda escena que pasaría a la historia por su planificación, por su tensión y por el absoluto terror que pasamos todos aquellos que la vimos: el ataque de los velocirraptores en la cocina. La escena es tan perfecta, que el propio Spielberg, falto de ideas, se autoplagiaría años después en la escena del sótano de La Guerra de los Mundos (2005).

Como hemos dicho anteriormente, Parque Jurásico pasó a la historia por varios factores. El primero de ellos fue, por supuesto, que Spielberg logró la absoluta perfección en cuanto a integración de efectos especiales en una película se refiere. Nunca volvió a repetirse aquel impacto en pantalla de que el público creyese que lo que estaba viendo era un dinosaurio. Porque aquellos dinosaurios eran reales, y a día de hoy nos lo siguen pareciendo. Literalmente, Spielberg los devolvió a la vida gracias a una nueva y extraña técnica (recordad que estamos hablando del año 93) llamada animación por ordenador. En cualquier documental o reportaje podremos ver los clásicos ejemplos de animación digital en películas como El Secreto de la Pirámide (1985), Abbys (1989) y Terminator 2 (1991), pero fue Parque Jurásico la que demostró que los ordenadores eran capaces de reflejar en pantalla lo que, hasta entonces, era imposible de llevar a cabo. La tarea de la Industrial Light & Magic, justamente galardonada con un Oscar, abrió las puertas a una lluvia de títulos que aprovecharían las nuevas vías que ofrecían los efectos especiales: Forrest Gump, Dragonheart, The Relic y un largo etcétera. De hecho, Parque Jurásico también instauró los blockbusters veraniegos, donde es extraño no encontrarse una cinta que combine espectáculo y efectos especiales, una práctica que se confirmó con el estreno de Independence Day en 1996, Men In Black y El Mundo Perdido (la secuela) en 1997, Armageddon y Godzilla en 1998… y así hasta nuestros días.

Otro de los factores por los que Parque Jurásico fue histórica fue por la inteligente campaña de marketing que tuvo. ¿Y por qué inteligente? Porque además de que revistas como Muy Interesante y telediarios nos bombardeasen durante meses con el fenómeno que supuso su estreno en EE.UU., en ningún momento se mostró al público ninguna imagen clara de los dinosaurios que posteriormente veríamos en pantalla, aumentando así la expectación. No solamente fuera de la pantalla, sino que también dentro de la cinta Spielberg nos creaba la expectación y el ansia por ver a los dinosaurios mediante paseos por zonas en las que no se veía nada, animales que nunca aparecían o incluso aquella fantástica frase que decía el guardabosques del parque: “¡Silencio, todos! Se acercan al sector del tiranosaurio.” Imaginaos el respeto que le impone al guardabosques y al propio Spielberg el dinosaurio que hay dentro que está mandando callar al público porque los coches simplemente se acercan a la verja. No es que Spielberg nos ocultase a los dinosaurios, es que hizo algo peor: nos obligó a presentirlos en las caras de los protagonistas.

El coste total de la campaña de marketing de JP ascendió a la friolera de 65 millones de dólares, con un total de más de 100 contratos con distintas compañías y unos 1.000 productos que llevaban el sello de promoción jurásico. Aquel verano y las siguientes navidades fueron el año de los dinosaurios. Todo niño menor de 14 años (y, por ende, sus padres) fue víctima de la fiebre que supuso la cinta: camisetas, gorras, miles de juguetes, muñecos, videojuegos, novelizaciones y hasta cientos de coleccionables de las que se aprovecharon las editoriales y kioskos de nuestro país. Este fenómeno editorial, de marketing, hype o como queramos llamarlo no se repetiría hasta años después, cuando en 2001 se estrenó otra cinta llamada El Señor de los Anillos.

Este viernes 12 junio la saga de Parque Jurásico volverá a nuestros cines en forma de secuela tardía para jugar con todas las cartas que nuestra nostalgia esté dispuesta a apostar. Los niños que fuimos a verla en masa aquel otoño -y que ya no somos niños- volveremos a los cines para emocionarnos de nuevo visitando esos rincones que tantas veces y tantas veces visitamos en aquel VHS que terminamos gastando de tanto rebobinar para ver aquellas escenas repletas de magia. Nos emocionaremos de nuevo cuando en la partitura de Michael Giacchino escuchemos los compases originales de la soberbia banda sonora que compuso John Williams para la original. ¿Andaremos de nuevo por esas colinas en las que una estampida de gallimimus parecía que huía de un depredador? ¿Volverá a aparecer alguna cabra atada a un poste? ¿Agarrará algún niño unas gafas de visión nocturna? Aunque ya no somos niños, aunque hemos visto tantas películas, nos conocemos tantos trucos y la vida nos ha dado tantos reveses como para que nada nos sorprenda, buscaremos de nuevo con esa mirada de 9 años la emoción y el asombro de ver de nuevo aquellas criaturas prehistóricas que durante mucho tiempo Spielberg logró hacernos creer que habían vuelto a la vida. Tan sólo espero que los vasos de nuestros refrescos vuelvan a temblar en el cine.