Este fin de semana ha llegado a nuestras pantallas Locke, un potente y mal llamado "experimento audiovisual" en el que el inglés Tom Hardy se monta en su BMW X5, un capataz que abandona la obra de la que está al cargo, y comienza un viaje de hora y media de duración en el que únicamente le vamos a ver a él manteniendo una serie de conversaciones telefónicas con unos personajes que marcarán el nuevo rumbo de su vida en tan solo 85 minutos. Pero no os dejéis engañar por la premisa ligeramente teatral (un sólo actor frente a la cámara en una sola localización todo el tiempo) que pueda echar a muchos espectadores para atrás. Todo lo contrario: Locke es un thriller ético en el que la integridad del personaje central será puesta a prueba en todo momento, puesto que si da marcha atrás con el coche Ivan Locke volverá a su vida cotidiana, a su seguridad familiar y a su área de confort. Pero Hardy demuestra la fuerza, el peso de sus convicciones y su deseo de dejar bien hechas todas las cosas que debe dejar abandonar por la decisión que ha tomado la noche en la que transcurre la historia. Vamos, lo que viene siendo un hombre en toda regla en la peor noche de su vida.

Mientras veía la película, en la que continuamente está usando el manos libres de su teléfono, no podía dejar de pensar en un detalle que me parecía muy curioso: y era que cuando la cámara enfocaba a la pantalla digital del coche aparecía un marcador de tiempo que indica cuántos minutos y cuántos segundos lleva hablando el personaje. Y pensé lo curioso que era y lo bien que lo habían hecho, puesto que si aparecía que Locke llevaba 40 segundos hablando realmente estaban clavando el tiempo. Nada más alejado de la realidad, ya que la película fue rodada "en tiempo real".

¿Y qué quiero decir con lo de tiempo real? Que Tom Hardy filmó la película entera durante 6 noches, en la que cada noche repetía el viaje y filmaba su papel en una sola toma dos veces. Los otros actores (Ruth Wilson, la mujer de El Llanero Solitario, Andrew Scott, el Moriarty del último Sherlock de la BBC y Tom Holland, el niño de Lo Imposible) estaban en una habitación de un hotel con el resto del equipo de producción, llamando según el orden de la historia a Tom Hardy, que estaba en la localización dando vueltas con el coche. El director Steven Knight y su equipo no pudieron haberlo pensado mejor, ya que en 8 días (añadieron dos noche para rodar tomas extras) completaron el rodaje entero, utilizando tres cámaras a la vez y obteniendo en total 12 viajes completos de Ivan Locke. Es decir, de cada momento tenían 36 planos distintos entre los que elegir la mejor toma, un auténtico quebradero de cabeza para el equipo de montaje que al final (36 planos de una sola toma no los tiene ni Michael Bay rodando una explosión), y a pesar de que sólo hay una localización, logra mantenerte enganchado en su escueta hora y veinte de duración. El equipo de producción rodó las secuencias en distintas autopistas ingleses desde las 9PM hasta las 4 de la madrugada, haciendo pausas cada 27 minutos para que pudieran cambiar las baterías y las tarjetas de memoria de las tres cámaras que usaron durante el viaje.

Y como última curiosidad, para cuando os animéis a ver este tour de force interpretativo en el que Hardy aguanta todo el peso de sus decisiones y de la película en sí, fijaos que el personaje de Ivan Locke está resfriado y continuamente se está sonando la nariz. De nuevo, nada más alejado de la realidad: Tom Hardy también estaba resfriado cuando se inició la producción, teniendo que incorporar esos pequeños detalles al personaje y dándole más veracidad aún si cabe a la historia.