La moto de Hache en 3MSC

Según mi Analytics, es terrorífico el número de gente que entra en este blog buscando cuál es la moto que conduce el personaje de Hache, interpretado por Mario Casas, en A Tres Metros Sobre El Cielo (3MSC).

Así que, queridos internautas, vuestras peticiones son órdenes:

Hache subido a su Triumph Thruxton 900cc

Mario Casas (Hache) conduce una Triumph Thruxton 900cc. ¿Cuáles son sus características? Refrigeración por aire, DOHC, Bicilíndrico en paralelo, calado a 360º, capacidad para 865cc, un Diámetro/Carrera de 90 x 68mm, Sistema de combustible Electrónica Secuencial Multipunto con Inyección de aire secundario (SAI), Escape Colectores de acero inoxidable cromados hasta los silenciadores, Transmisión final por cadena, embrague Multidisco en baño de aceite, caja de cambios de 5 velocidades y una capacidad depósito aceite de 4.5 litros.

¡Y yo qué hago hablando de esto! Lo único que quería eran más visitas al blog. Y ya que estás dentro, puedes disfrutar también de lo que importa, de mi crítica de 'A 3 Metros Sobre El Cielo', sin duda alguna mi crítica más divertida:  http://antoniodelamano.blogspot.com.es/2011/04/3msc-la-pelicula-de-la-generacion.html

¡Disfrutadla!

Roma, ti amo

Tas haber visto "Paris, je t'aime" (2006), "New York, I Love You" (2009) e incluso "Moskva, ya lyublyu tebya!" (2010), hoy me he dado de bruces con la versión romana de esta moda cinematográfica de mostrar los encantos turísticos de una ciudad mediante micro-historias románticas. Lo esperpéntico de todo esto es que quien la dirige es Woody Allen y no Rob Reiner. Seguramente sea el crítico nº 754 que compare "A Roma Con Amor" con esta franquicia, pero no se me ocurre otro producto más evidente con la que hacer una analogía. 

Después de pasearse por Londres, Barcelona y París cual Labordeta gracias a los programas europeos de ayudas al cine, A Roma Con Amor nos muestra 4 historias completamente separadas y sin ninguna relación entre ellas. Todo lo que sucede alrededor de los padres del personaje de Allison Pil (1), la pareja en la que se ve involucrada Penélope Cruz (2), el binomio Baldwin-Eisenberg (3) y todo el mundo de la fama que rodea a Roberto Benigni (4). Creo que no me dejo ninguna. Lo único de especial es que estas historias están mezcladas en la sala de montaje, pero incluso puede que funcionasen mejor aisladamente. Pero todo el mundo sabe lo que pasa con este tipo de productos de micro-historias independientes como Amores Perros, Sin City... que las últimas historias ya no te interesan, y eso era algo que Allen no se podía permitir.

Actores estadounidenses de paseo por Europa.
Woody Allen es, al igual que Quentin Tarantino, uno de los personajes del mundo del cine que no tiene término medio: o te encanta o lo odias. Yo soy de los segundos. Tengo un problema con él, lo reconozco, y es que no aguanto al personaje en el que se ha convertido y que lleva representando durante 40 años. Me cansé de sus problemas sexuales, judíos y psíquicos. Cuento como anécdota que la película donde mi odio se convirtió en algo ya personal fue Antz (1998), donde Allen ponía la voz a una hormiga que iba al psicólogo y tenía problemas de pareja. Hasta ahí llegué.

Pero mi problema es con el personaje en sí, no por cómo Allen dirija o escriba. No miento cuando digo que otras obras suyas recientes como Match Point (2004), Vicky, Cristina, Barcelona (2008) y Midnight in Paris (2011) me gustaron mucho. Y creo que porque no salía él (¡dato importante!). Incluso A Roma Con Amor me hubiese resultado más llevadera de no ser porque cada micro-historia tiene su mini-woodyallen particular: Ellen Page, Jesse Eisenberg, Judy Davis, Alessandro Tiberi y un histriónico Roberto Benigni son todos fieles representaciones (o reencarnaciones) del Woody que no actuó durante tantos años. En algún momento todos se psicoanalizan a sí mismos y nos cuentan al público en voz alta los problemas que tienen.  Allen por su parte nos advierte a nosotros, espectadores, que él ve la jubilación como la muerte y que no piensa dejar de trabajar, necesita trabajar. Y a mí me parece muy bien, solo que espero que en su próxima película vuelva a eliminarse de la ecuación final. 

En definitiva, y para no aburrir, Allen logra sacarnos risas aisladas y auténticas carcajadas, pero esto último solo lo logra con un personaje en cuestión. Solo uno. El resto sigue siendo más de lo mismo.

Total Recall: el remake innecesario

Desafío Total, aquella magnífica película de ciencia ficción dirigida por el -también- genial Paul Verhoeven se estrenó a mediados del 90. Hace 22 años. Que la semana pasada nos haya llegado el remake es pura lógica: no es la primera vez que digo en el blog que los remakes se producen cada 20 años, para atraer a generaciones nuevas y, sobre todo, a esa masa de público de entre 35-50 que creció con el estreno original, el público difícil de llevar a las salas a no ser que le toques la fibre sensible de sus clásicos de juventud.

Podríamos decir que se trata de un remake de la cinta, pero no vamos a hacerlo. No lo haremos porque ambas se basan en el relato de Philip K. Dick "Podemos recordarlo todo por usted". No me detendré a reseñar los aciertos y errores de la nueva adaptación porque, sencillamente, no me he leído el relato original. Lo que sí voy a hacer es enumerar el refrito de películas mil veces vistas que nos ha servido Len Wiseman, uno de los peores directores al que -misteriosamente- Hollywood sigue dándole dinero.

GAZPACHO TOTAL:

  • Blade Runner (Scott, 1982): el más evidente. Me limitaré a transcribir las certeras palabras que dijo Carlos Colón en su crítica: "Ciudades bárbaramente tecnológicas de vago aire oriental en las que siempre llueve y es de noche, cuyas calles están abarrotadas por una multitud errática que vagabundea entre tienduchas repugnantes y atracciones degradantes". Tal cual. Una copia descarada, un plagio en toda regla con tintes de El Quinto Elemento. Y encima Patrick Tatopoulos, encargado del diseño de producción, habrá cobrado por ello.
  • Minority Report (Spielberg, 2002): Creo que Wiseman le dio la oportunidad a Colin Farrell de rodar las escenas que Spielberg no le dejó hacer, plagiando a su compañero de reparto Cruise saltando de coche en coche.
  • El Caso Bourne (Liman, 2002): Soy agente secreto, me han borrado la memoria, voy encontrando pistas, hay una mujer que me acompaña en mi aventura, reparto hostias como panes pero no tengo el carisma de Damon. Para colmo de burlar las leyes de copyright, recojo un maletín en un banco, con pasaportes y dinero. Estás viendo la misma película, solo que la nueva está ambientada en el futuro.
  • Star Wars - Episodio II: El Ataque de los Clones (Lucas, 2002): lo único que le falta a una de las tediosas persecuciones, sin emoción ninguna, es a un Hayden Christensen tirándose del coche en medio de una Londres apocalíptica.
  • Yo, Robot (Proyas, 2004): Al final de la película, Colin Farrel debe desactivar 50.000 NS-5.
Si me he dejado algún título, por favor, decídmelo. Desafío Total es un remake innecesario, un déjà vu de casi dos horas en las que lamentas no estar viendo cualquier de los cinco títulos anteriormente mencionados, con mucha más personalidad y más disfrutables. Wiseman consigue que acabemos hartos de su dirección -donde no se aprecia nada- y de su mujer, una horrible e insoportable Kate Beckinsale.

Desearás borrarte la memoria después de verla.
Y por supuesto lamentas no estar viendo la Desafío Total de Verhoeven, con un inolvidable Schwarzenegger, una erótica y amenazante Sharon Stone, y un malo que terminaba con los ojos como huevos al final de la película.

#11S: El día que me perdí el mundo.

Tres han sido las razones que me han llevado a escribir esta entrada en un día como hoy: la primera es que ayer vi un tweet publicado por @garzari que decía "-¿Recuerdas que hacías el 11-S? -El de 2001, ver el telediario. Y el de los 11 años siguientes, contestar esta puta pregunta."; la segunda razón es que hoy martes Cinesur hace una oferta especial de cine; y la tercera, y más importante de todas, es que hace mucho que no escribo en este pequeño espacio llamado blog.

Muchos de los que me conocéis sabéis qué estuve haciendo el 11-S. Y para los que no lo sabéis os lo digo sin tapujos: estaba jugando al ordenador con un vecino mío. Así de claro. Pero no me toméis por un irresponsable o un insensato que se perdió cómo el mundo cambiaba para siempre en dos horas. Que (mi vecino y) yo me perdiese ese evento tiene sus motivos, si me dejáis contároslo como anécdota.

El 11 de septiembre del 2001 yo rondaba los 17 años recién cumplidos y mi máxima preocupación en la vida era llegar a la nota de corte que me exigía la Universidad de Sevilla. Era un martes de verano como otro cualquiera, y después de la piscina yo quedé con mi vecino @pixelinpictures (que rondaba los 14) para jugar en mi casa al ordenador después de comer. Hasta ahí todo normal, ¿verdad? Pues aquí vienen los factores que se alinearon para que yo me perdiera el acontecimiento más importante de la historia contemporánea.

El primero de ellos es que durante toda mi vida mis padres y yo hemos comido en una mesa de la cocina en la que no tenemos televisión ni ponemos la radio. La mesa para nosotros ha sido el punto de encuentro diario donde nada ni nadie del mundo nos interrumpe. Y claro, el primer avión impactó mientras me llevaba a la boca otro pincho de tortilla (no recuerdo qué estaba comiendo, pero me hubiera gustado comer tortilla). Ni nos enteramos.

Terminamos de comer a las 3 menos algo, y a los cinco minutos @pixelinpictures llamó a mi puerta. Le abrí y entonces vi que mi padre tenía puesto el telediario, recién empezado, con una imagen cuanto menos impactante: estaba saliendo humo de una de las Torres Gemelas. ¿Qué ha pasado?, pregunté, y mi padre me contestó lo que el mundo y las agencias de noticias sabían aquel momento: que por lo visto se había estrellado una avioneta. Qué putada, pensé, espero que se solucione y todo vuelva a la normalidad. No le di más importancia, la verdad, porque la información que me dieron no la merecía: una "avioneta" se había estrellado, qué mala suerte. Seguimos nuestro camino hacia mi habitación.

Pixelin y yo nos recluimos durante 2 horas y poco, absortos en el juego que nos traíamos entre manos. A las 5 y algo tuve que parar la partida porque tenía cita con el dentista y luego cita con unos amigos para ir al cine. Cuando salí a la puerta a despedirle mi padre seguía viendo el telediario. Qué raro, pensé, sigue todavía el telediario y son más de las 5 de la tarde. ¿Qué ha pasado con la avioneta?, le pregunté a mi padre. A lo que nos contestó: se han caído las Torres.

¿QUÉ!?

Que se han caído las Torres, me repitió. Miré a Pixelin buscando una sonrisa cómplice como si mi padre nos estuviera gastando una broma, nos reímos y seguí mirando la pantalla. Pero entonces empezábamos a ver imágenes que demostraban que mi padre no estaba de broma. Entonces, incrédulos, empezamos a recabar de repente toda la información que el mundo tardó 2 horas (y años) en asimilar. No nos lo creíamos, y seguimos sin poder creerlo. Me hubiese gustado quedarme sentado en el salón de mi casa viendo las noticias por las que todo el mundo estuvo pendiente, pero tenía cita con el dentista. A mi regreso de la clínica me hubiese gustado ver el informativo de por la noche, pero ¡también había quedado con mis amigos para ir al cine! Y claro, no los iba a dejar tirados. Fuimos a ver Los Otros (Alejandro Amenábar) a una sesión que jamás olvidaré (21:00, Sala 15, Nervión Plaza) porque estábamos pensando más en lo que estaba pasando fuera en el mundo que en la propia película. Aquella sesión también fue en un martes, en los mismos cines que hoy hacen la promoción, por eso me he acordado tanto de este día.

Entre que no comemos con las noticias, que cuando llegó @pixelin justo a esa hora nadie sabía que ocurría  de verdad, que mis padres estaban tan absortos en las noticias que tampoco me dijeron nada y que luego no pude detenerme en mi casa... me lo perdí todo. Aunque preferiría que nada de aquello hubiese sucedido.

Hoy esto no hubiese ocurrido de la misma manera. Hace 11 años todavía había gente que no tenía móvil y el mayor avance tecnológico seguía siendo el SMS. Imaginaos cómo hubiese sido hoy con Twitter. De hecho, si hubiese habido Twitter hace 11 años quién sabe si el ataque se hubiese podido evitar, puesto que nos hubiéramos enterado de los secuestros en cuestión de minutos. Quién sabe las actuaciones que podrían haber tomado los cuerpos de seguridad de las distintas ciudades estadounidense, quién sabe cuántas vidas podrían haberse salvado si hubiésemos tenido la información con la misma rapidez que la tenemos hoy en día.