Transformers: El Lado Oscuro de la Luna es la novena película dirigida por Michael Bay. Por increíble que parezca, a estas alturas todavía habrá críticos que le echen en cara su patriotismo, su ritmo videoclipero o su cine repleto de efectos especiales como si no supieran a qué se atienen cuando entran en julio a ver una película suya. Michael Bay ya no es un artesano del cine de acción, es un creador en toda regla. Su estilo es inconfundible y es un artista de los que no dejan a nadie indiferente: o le odias o le amas. 16 años después de su primera película (Bad Boys) sus detractores le siguen echando en cara lo mismo, pero a estas alturas Bay no engaña a nadie: su cine es puro espectáculo, acción a raudales, planos imposibles, humor MTv y un ritmo frenético únicamente disfrutable con un cubo de palomitas y un buen vaso de Coca-Cola. Y uno de los mejores directores de acción que existen hoy día. Es más, me tiro a la piscina y lo afirmo: Bay es el mejor director de acción a día de hoy, nadie rueda las escenas con tanta facilidad como él e incluso directores de renombre que creíamos con personalidad propia terminaron imitándole (sí, me estoy refiriendo al Green Zone de Greengrass).


Al estar hablando de una saga, es inevitable compararla con sus precedesoras. Sin dudas, la primera entrega seguirá siendo siempre la mejor por el encanto, la aventura que desprendía y la magia de presentarnos por primera vez a los personajes, creando ese vínculo especial entre Sam y Bumblebee y a un Optimus Prime con los cojones cuadrados. Por suerte, la El Lado Oscuro de la Luna llega para corregir los indiscutibles defectos de la segunda parte, sobre todo en lo que se refiere al guión. Durante los 30 primeros minutos de esta tercera parte, se construye una historia de misterio y traición -filmado siempre desde el simpatiquísimo prisma de Bay- que te mantendrán enganchado durante toda la trama. Un primer acto que se te pasa volando. Quizás el segundo sea el que se atasque un poco, pero entonces es cuando llega la última hora de película: EL ESPECTÁCULO CON MAYÚSCULAS. Es la palabra que mejor se ajusta para todo aquello que el espectador podrá ver en la última hora de película: espectáculo, como hacía tiempo que el cine no lo mostraba.

Como bien se ha comparado, la última hora de película es el Black Hawk Derribado de Cybertron. 10 tíos y 7 robots atrapados en un escenario en el que no les queda otra que liarse a ostias. La ciudad de Chicago, gracias a sus rascacielos y sus calles, nos presenta un asedio y un escenario propicio para que Bay lo destroce sin compasión y nos ofrezca secuencias que nos dejarán con la boca abierta (sí, me estoy refiriendo a la escena de la unidad de asalto aéreo y a la del edificio entero destrozado por Shockwave).

Bay ha confesado en más de una ocasión que fue el propio Cameron quien le intentó convencer de que filmase su película en 3D, que Cameron no veía a nadie más ideal que Bay para explotar este formato. Y tanto coñazo le dio que al final aceptó. ¿Y que ocurrió? Pues que durante todo el metraje asistimos a un espectáculo de proporciones épicas ideado por Cameron, Bay y el mismísimo Spielberg. Las tres bestias, de la mano de los mejores efectos especiales jamás vistos en una pantalla (gracias a la Industrial Light & Magic, cómo no), nos ofrecen el mejor 3D que podremos ver jamás, dejando en ridículo a la mismísima tecnología de Avatar. Ya no penséis que el 3D consistía en mundos azules y en películas con el brillo poco ajustado. Aquí Chicago luce en todo su esplendor gracias a un Bay en estado de gracia.

Ninguna película ha aprovechando tanto la tecnología como esta. El 3D no debería ser el engaña bobos con el que cada mes las distribuidoras intentan explotar al público con dos o tres películas muy mediocres. Pero de la misma manera digo que todas las películas rodadas en este formato deberían ser como esta. Verla en 2D es un grave error, hacedme caso.