El Hombre de Acero: la crítica.

Tras su espectacular campaña de marketing y su bombardeo continuo a través de la redes sociales, dosificando las dosis de material en pequeñas y calculadas dosis, estaba más que cantado que poco tardaríamos en ir a ver en masa Man Of Steel. Y las reacciones no se han hecho esperar. Podemos afirmar, sin quedarnos cortos, que se ha convertido en tan solo una semana en el Prometheus del 2012, siendo una cinta que, por su enfoque y por su nuevo punto de vista del personaje, no deja indiferente a nadie que la ve. ¿Y mi punto de vista? ¿Mi particular opinión como fan del superhéroe que me ponía toallas en la espalda cuando tenía 5 años? Creo que nos encontramos ante una película con muchos aciertos pero, a su vez, con un gran fallo que es capaz de echarlo todo por tierra.


Podríamos decir que Superman es uno de los mayores iconos de la cultura popular del pasado siglo, por no decir el que más. Desde que se publicase su primer cómic en 1938, todos los países hemos terminado reconociendo los símbolos que tanto caracterizan al personaje, incluso identificándonos con él en muchos aspectos. La lucha por la verdad, por la justicia y por la defensa del american way of life, todo ello metido en una batidora con sus correspondientes referencias judeo-cristianas. Tan reconocible es, que para esta nueva entrega, no hacía falta titularla como Superman, bastaba con solo la S para que todos supiésemos con quién íbamos a lidiar en el cine en 2013. Cuando apareció la noticia del nuevo proyecto, que iba bautizado por el mismísimo Nolan, no pude recibirlo con los brazos más abiertos, puesto que sería apadrinado por el papá del último Batman. Esta ilusión se me fue por tierra en cuanto vi el primer trailer, que nos estaba vendiendo una mezcla de Gladiator con El Árbol de la Vida. Pero poco a poco fui cogiendo confianza de nuevo en el proyecto, ¿por qué? Porque Superman, al contrario que Batman, debe representar la luz y todo lo bueno de Estados Unidos; Bruce Wayne es un hombre que se pone una careta para luchar por la justicia mientras que Superman es otro hombre que debe quitarse su careta humana (Clark Kent) para mostrar su verdadero yo: el héroe seguro de sí mismo en todo momento. En cuanto fui conociendo el argumento, me apasionaba la idea de comprobar cómo Superman comenzaba siendo rechazado por el propio hombre para terminar siendo admirado por él, un punto de vista completamente diferente al mostrado por la saga clásica. ¿Qué hará el héroe para ganarse nuestra confianza? ¿Cómo lo demostrará? Cuando Superman aparecía en las entregas de Donner, Lester y Singer, el héroe ya era admirado por los ciudadanos. Pero lo lógico es que, en el 2013 que estamos viviendo, la sociedad comenzase mostrando su miedo y su rechazo ante lo extraño, lo desconocido, y ante un semidios que puede hacer cosas que la humanidad jamás podría.

A pesar de que Superman Returns (Bryan Singer, 2006) fuese una de las mayores declaraciones de amor a la cinta original de Richard Donner de 1978, ésta fue recibida por el público de una manera muy fría e injusta. Se le criticó la falta de acción ya que tenía tan solo tres set pieces de acción (pero qué momentos, ¡qué escena del avión!). A los productores de esta nueva entrega solamente les quedaba romper con los moldes originales y ofrecer una visión cinematográfica que se apartase completamente de lo visto hasta ahora, puesto que Singer ofreció lo mismo que Donner y éste fue rechazado. Y así ha sido. Snyder, de la mano de David S. Goyer, ha optado por enseñarnos un nuevo Krypton que se aleja del corchopán de 1978 para mostrarnos un planeta lleno de vida y de destrucción en el que se está librando una guerra civil. A Jor-El, padre de la criatura, solo le queda la solución de enviar a su hijo a un planeta parecido al suyo para poder salvar a su hijo. Y una vez que el pequeño Kal-El llega en cohete a la tierra es cuando la película comienza a mostrar sus verdaderas cartas.

Cuando creímos que Snyder optaría por una narrativa clásica, nos encontramos con un salto en el tiempo que nos enseña a un Clark Kent ya adulto, haciendo las veces de Capitán Pescanova, y logrando que los espectadores nos preguntásemos "Espera, te acabas de saltar toda la infancia del personaje, ¿es que no piensas contárnosla siendo esto un Superman Begins?". Al contrario de lo que pudiésemos creer, el trío Goyer/Nolan/Snyder nos van contando la historia de cómo Clark creció en Smallville a través de 5 flashbacks que, aunque quizás no estén insertados en los momentos adecuados, sí que son piezas aisladas con las que no hace falta decir más. Snyder no necesita que el personaje pase 20 minutos de metraje creciendo en su pueblo, le basta estas pequeñas 5 piezas para contarnos todo lo que necesitábamos saber  y para hacernos una idea del personaje y sus dilemas. No era necesario volver a Smallville porque eso ya es algo en lo que Donner se detuvo demasiado.


Y cuando Henry Cavill comienza a investigar sus orígenes es cuando nos encontramos ante un Superman (que no un Clark Kent) completamente nuevo y distinto. Sin duda, Cavill es el mayor acierto de la película, puesto que él solo soporta el peso de uno de los mayores personajes de la historia y está totalmente creíble en su faceta de Hombre de Acero. Las pocas apariciones que tiene como Kent muestran a un chaval medianamente normal, pero en cuanto se enfunda el traje vemos al H-É-R-O-E y a un actor que se está creyendo lo que está interpretando. Cavill no duda ni un solo momento que su mirada y su imponente físico deben transmitir la seguridad que el personaje requiere. Cavill es Superman y Superman fue hecho para Cavill. Tampoco sería justo compararlo con Reeve, puesto que él ha sido el icono por excelencia durante más de 30 años, ha sido la imagen y alma de cómo los espectadores y lectores hemos construido la imagen del héroe y, ahora, Cavill muestra una faceta muy distinta. El nuevo Superman se enfrenta al dilema -planteado por Zod- que nunca se tuvieron que enfrentar ni Reeve ni Brandon Routh, y es elegir entre la humanidad o la supervivencia de su pueblo: Krypton. Y, por otra parte, Cavill también muestra al nuevo héroe que no va a dudar ni un solo segundo en inflar a hostias a cualquiera que amenace a su pueblo (o incluso a su propia madre). En ese sentido me encanta su humanidad, en cuanto ve amenazados a sus seres queridos no duda ni un solo momento en sacar a la bestia alienígena que lleva dentro y darles una somanta de palos a los villanos.

El resto del reparto se mueve entre lo correcto y lo desaprovechado. Michael Shannon, ese actor con cara de psicópata en todo lo que interprete, nos brinda a otro nuevo Zod, un guerrero fabricado para un solo propósito que tampoco dudará en traicionar a su propia raza y matar a sus amigos para llevar a cabo la misión que le fue encomendada en vida; Shannon nos muestra una faceta más amenazadora, asesina y loca que la de Stamp de las entregas de Donner, que tan solo parecía pedir que se arrodillaran ante él. La adorable-en-todo-lo-que-haga Amy Adams nos muestra a una Lois Lane un poco sosa, quizás la más desaprovechada de todo el reparto. Diane Lane y Kevin Costner desarrollan sus papeles de padres terrícolas con muchísimo más acierto que las entregas anteriores, sobre todo Costner, quien le plantea al héroe otro de sus dilemas al que debe afrontarse: mostrarse tal cuál es y que la sociedad lo rechace o esconder sus poderes y dejar que la gente siga sufriendo desgracias. Y Máximo Décimo Meridio nos regala un Jor-El que, a pesar de ser la versión 2.0 de sí mismo, se muestra lleno de cariño, melancolía por el hijo al que perdió y lleno de seguridad a la hora de intentar ayudar a su hijo en todo lo que puede.


¿Y cuál es ese gran fallo al que hacía referencia que puede echar a perder todos los aciertos que he enumerado anteriormente? Pues, como podréis haber comprobado si ya habéis visto la película, es la dirección de Zack Snyder a la hora de planificar y llevar a cabo sus escenas de acción. La última hora de película es una orgía de destrucción desmesurada en donde el sentido de espectacularidad brilla por su ausencia. A lo largo de toda la cinta, mediante su cámara al hombro, sus zooms a lo Battlestar Galáctica y su neosentindo del naturalismo, Snyder busca una realidad que termina impostada, falsa. La mascletá de efectos especiales y edificios destruidos que termina siendo no es sinónimo de realidad o verosimilitud que sí lograron alcanzar tanto Donner como Singer en sus entregas muchísimo más calmadas que esta. Zack Snyder, quien nos tenía acostumbrados a las escenas realentizadas de 300 y Watchmen, termina convirtiéndose en el primo tonto de Michael Bay aderezado con una pizca de Paul Greengrass. Mi vecino Pixelin Pictures compara la mastodóntica pelea final como la adaptación perfecta de Bola de Dragón. Pero Superman no es Gokuh, por descontado. Tampoco es de extrañar que todo el mundo termine comparando la última hora con otras cintas como Transformers o Matrix Revolution. La auténtica lástima es que no se haya aprendido nada de los errores cometidos anteriormente, puesto que Snyder es un hombre que ha sabido demostrar su buen hacer y su particular visión cinematográfica y aquí no hay ningún atisbo en el que poder reconocerle. Nadie podría afirmar que esta película viene firmada por Snyder, nadie. Afortunadamente, el director termina siendo más íntimo en las escenas donde el superhéroe se está quieto, pero en cuanto Superman comienza a moverse la pantalla se convierte en un auténtico mareo ensordecedor al que Hans Zimmer no ayuda.

¿El resultado de todo esto? Una visión de Nolan (cuya mano se nota únicamente en sus 3 minutos finales, en ningún otro sitio) y Zack Snyder donde apuestan por la acción continua, una acción muy mal dirigida pero con un Henry Cavill muy poderoso en la piel de Superman. Mi recomendación es que vayáis a verla, puesto que con esta nueva entrega sigue pasando lo mismo que con otras tantas películas: finalmente tenemos que elegir entre el Caballero Oscuro de Nolan o el Batman de Burton, debemos escoger entre el Gatsby de Redford o el de DiCaprio... Pero eso no quita que nos podamos quedar con ambas versiones. Quizás incluso guste más el nuevo acercamiento que el antiguo. Porque, como he dicho, a pesar de tener sus grandes carencias, El Hombre de Acero es una cinta que también cuenta con muchos aciertos.

Oscars (merecidos) a la Magia del Montaje


Antes de ayer estuvimos hablando del montaje, de cómo era curioso que ciertas películas nos pareciesen lentas y la actual narrativa televisiva no. En todo caso, quisiera hacer una especie de breve reivindicación a montajes  fantásticos -desde mi punto de vista- que por una razón u otra no estuvieron nominados o sufrieron alguna especie de injustica.

El primero que se me viene a la mente, una de mis mayores indignaciones de los Oscars, fue que American Gangster no solamente se quedase sin premio en esta categoría, sino que ni siquiera estuvo nominada. Y creo que era más que merecido puesto que en dos horas y media que se pasan volando, Ridley Scott y su habitual montador Pietro Scalia nos cuentan ni más ni menos que casi 20 años de las vidas paralelas de dos protagonistas. Ahí es nada, sabiendo elegir qué instantes de la historia contar, cuáles descartar, y todos ellos con un ritmo envidiable. En su lugar, el Oscar se lo llevó El Ultimatum de Bourne, que ni siquiera he visto (aunque conociendo a Paul Grengrass y su manía de rodar sin trípode ya sé con lo que me voy a encontrar: con lo de siempre)

Un año después volví a indignarme en los Oscar, puesto que esta vez Slumdog Millionaire le robó (descaradamente) el premio a dos cintas que se lo merecían mucho más: El Curioso Caso de Benjamin Button y El Caballero Oscuro. Digo lo de robar porque si nos ponemos la mano en el corazón (como tantas veces hemos tenido que hacer ya en el blog) veremos que el montaje de Slumdog no tiene nada de especial, de hecho es videoclipero, facilón e incluso insultante (la historia y la tristeza de lo que estás narrando no se merece que le pongas un ritmo de la MTv). La primera de ellas, Benjamin Button, podríamos decir lo mismo que de American Gangster, que te cuenta la vida entera de un personaje en un abrir y cerrar de ojos (además con esa elegancia que caracteriza a Fincher). Y por la otra, El Caballero Oscuro jugaba con mil tramas y mil escenarios diferentes donde se situaba la acción, que la llevaba frenéticamente, y ahí se quedó: en Gotham.

NOLAN: EL MEJOR NARRADOR DEL S. XXI
Aunque si hay alguien que ha sido maltratado por el reconocimiento académico a la hora de montar sus películas es Christopher Nolan. Aunque, sinceramente, sabemos que los Oscars deben importarnos un pimiento y todos sabemos el genio que tiene. La primera burrada narrativa que hizo fue la ya famosísima Memento que, ni más ni menos, la contaba al revés. Y con cada pista nueva iba desvelándote nuevas capas de la historia ocultas. Atención a los créditos, donde el protagonista hace una Polaroid. Impresionante.

Siete años después de saltar al estrellato hizo otra obra maestra del montaje, que es The Prestige (El Truco Final). En ella se nos cuenta la historia de la rivalidad entre dos magos del siglo XIX, pero con la gracia de que va dando saltos en el tiempo de atrás a alante y de alante atrás, constantemente. Uno pensaría que de semejante gazpacho temporal saldría un berenjenal, pero Nolan vuelve a demostrar su maestría contando historias y hace que en cada salto nosotros, los espectadores, ubiquemos el tiempo de la historia -sin que nadie nos diga nada- y que, encima, nos enteremos de todo a la perfección.

INCEPTION: LA MAYOR BURRADA NARRATIVA DE LA HISTORIA
Y este año juro prenderle fuego al Kodak Theatre si Nolan no se lleva el Oscar, lo juro. Es su año, es el año de Inception. Nolan, de la mano de Lee Smith -su montador habitual-, vuelve a dar una vuelta de tuerca a sus historias y hace lo imposible: contar una historia/sueño (1) dentro de otro sueño (2), que este se encuentra dentro de otra historia/sueño (3), a su vez dentro de otra historia/sueño (4) que, ¡además! está dentro de una historia!! (5). En total Nolan juega ni más ni menos que con 5 planos narrativos diferentes. Y encima, para marcase la vacilada, también juega con la realidad, que haría el 6º plano. Esto no lo puede hacer mucha gente. Lee Smith y Nolan hace que el espectador navegue por diferentes sueños/diégesis/planos sin que en ningún momento perdamos el hilo de lo que se está contando. Y, además, mientras transcurre un nivel del sueño, está pasando otra cosa que interfiere en el anterior que a su vez se ve modificado por el de arriba... UNA LOCURA, jamás se había hecho algo tan complicado. Y que encima te enteres.

Suele ser común en el cine que en el transcurso de la acción se nos cuenten varias historias a la vez, sobre todo en el cine de acción. Véase por ejemplo la saga galáctica de Lucas (que el Episodio I es digno de contar 4 batallas a la vez) o la Trilogía de los Anillos de Jackson, donde las peleas ocurren en diferentes escenarios y los montadores saben manejar el ritmo y la acción de cada uno tanto para no aburrirnos como para tenernos en tensión. Pero Nolan no solamente juega con seis planos diferentes, algo impensable, sino que además dobla y moldea el tiempo a su gusto, otra de las burradas narrativas de Origen. No desvelaré las reglas de juego ni el truco para explicar qué es lo que ocurre con el tiempo en esta película, pero para quienes no la hayan visto sólo diré que hay un coche que tarda 20 minutos en caer un río. IMPENSABLE e increíble. 

Con Inception, de la que haré crítica cuando haga un segundo visionado (necesario), nos encontramos con la película que tiene el montaje más complicado de la historia, puesto que son seis niveles narrativos diferentes y un tiempo moldeable (Si Sam Peckinpah levantara la cabeza le besaría los pies) con el que juega a antojo del espectador, quien en ningún momento se siente perdido. Nolan y Smith consiguen que nunca apartemos la vista de la pantalla, con una dirección impecable y un manejo del ritmo endiablado. Eso sí que es saber montar. Y si alguien quiere adentrarse en esta magia que es el montaje, le recomiendo encarecidamente el visionado del capítulo 'La Magia del Montaje' de Lecciones de Cine, una delicia.