Hoy se despide de Sevilla el musical de La Bella y la Bestia, el cual tuve la oportunidad de verlo ayer en el nuevo Auditorio de FIBES, un impresionante teatro con capacidad para 3.550 personas (el más grande de España). Fui a verlo con la ilusión de que La Bella y la Bestia (1991) es una de mis películas de cabecera, uno de los grandes logros de Disney, la primera cinta de animación que fue capaz de alzarse con la una nominación al Oscar a Mejor Película. En el auditorio se llenó de gente, añadiendo la ilusión de ver cómo habían plasmado unas canciones que me las sé de memoria desde hace 21 años. Y es aquí donde empezaron los problemas.

A lo largo de mi corta trayectoria como espectador de musicales, siempre he visto títulos (Mamma Mía!, Chicago) que posteriormente se habían convertido en películas, pero nunca al contrario. Y es que la adaptación cinematográfica te permite transformar el plano unidimensional del escenario teatral a varias dimensiones, te permite ese juego de los distintos puntos de vista y del montaje. ¿Pero y al contrario? ¿Cómo conviertes tres dimensiones cinematográficas en una sola? Pues como puedes. Sacando el máximo provecho que te permita el espacio y la imaginación. Y ojo, que el musical (ya convertido en franquicia) de la factoría Disney saca a relucir una increíble puesta en escena, un vestuario francamente impresionante y un juego de espacios muy original. Pero todo muy limitado. Pero este no es el verdadero problema del musical.

El verdadero problema del musical es la duración del mismo y el pésimo ritmo con el que está desarrollado. Supongo que una vez pagada la entrada del espectáculo, los responsables del mismo deben amortizar tu dinero ofreciéndote algo más que la película. Es algo lógico, sería estúpido pagar una gran cantidad de dinero, que no es barato, por ver lo mismo que la película. Para eso me quedo en mi casa con el Blu-Ray y no me gasto nada. Pero el problema viene cuando tienes que añadir material a una historia que, francamente, no lo necesita en absoluta. La duración de la película, 84 minutos, es perfecta. Y cuando la transformas en un musical de casi dos horas y media es un auténtico suplicio. Es más: cuando hicieron la pausa para para el segundo acto, miré a los amigos con quienes fui a verlo y les dije: ¿Sábeis? Si hubiésemos visto la película, ésta ya hubiera acabado hace 20 minutos. Entre las canciones más famosas se introducen números totalmente innecesarios en los que personajes cantan en voz alta lo que los espectadores ya sabemos que sienten desde que se estrenó la película. Entiendo que alguien que no haya visto la película quizás necesite un poco más de desarrollo de los personajes (y digo quizás, porque hay que ser un poco cortito para no pillarlos). Es más, me apuesto mi mano izquierda a que el 98% de los espectadores presentes en el auditorio ya habíamos visto la película. Pero vuelvo a repetir: ni los personajes ni el desarrollo de la trama necesitan más.

Como he dicho más arriba, no todo el musical ha sido un desastre. Ambientación, vestuario y puesta en escena se salvan. Los números de Bella (el pueblo), Qué Festín y La Bella y la Bestia (el baile) son memorables. Pero ahora viene lo más importante: ¿y los actores? Francamente, en su mayoría, horribles. Talia del Val (como Bella) salva su personaje como puede, ofreciéndonos unas buenas interpretaciones de los clásicos temas con su gran voz. Pero Ignasi Vidal (como Bestia) ofrece una interpretación penosa del personaje: a pesar de contar con una gran voz en las canciones, a lo largo de toda la función, Ignasi parece mostrar prisa por terminar sus líneas, todos sus diálogos son para taparte la cara de vergüenza al recordar como viola la gran interpretación que en su día brindó Jordi Brau doblando a Bestia. Otro tanto le pasa a Daniel Diges, un actor demasiado joven y chulesco -en el mal sentido de la palabra- como para interpretar a Gastón. El resto de actores interpretan a los clásicos personajes de la película (Lumiere, Din Don, el jodido armario) españolizándolos a ratos: el horror. La única que salvaba el tipo y mostraba respeto por lo que estaba haciendo era la actriz que interpretaba a la Sra. Potts, cuyo nombre no puedo poner porque ayer fue sustituida por nosequién. Mi más sincera enhorabuena para nosequién, que nos regaló un emocionante Bella y Bestia Son.

En definitiva, pude comprobar por mí mismo que cuando transformas un musical en una película funciona. Pero al contrario va a dejar mucho que desear. El problema es que me han dicho que todo lo he reseñado arriba no ocurre en el musical de El Rey León, y tendré que comprobarlo para terminar de cerciorarme o no.