Ayer fue un día raro. Sabía que algo iba a pasarme, pero no sabía qué podía ser. Son uno de esos días que lo ves todo diferente, distinto. El sol no lucía en el cielo como siempre, hacía un aire fresco y agradable para el mes de agosto... cosas que me hacían sentir incómodo, la verdad. Mi vientre no funcionada como debiera, y es por ello que mi incomodidad general se podía ver justificada de alguna forma, pero jamás pude pensar lo que me esperaba anoche.

Salí a cenar con unos amigos y, a sabiendas de que mi aparato digestivo en general, y el bajante en particular no andaban muy bien, decidí comer algo que no fuera excesivo. La cena fue en el Bilio´s, así que mis expectativas de comer suave se desmoronaron por completo. Decidí pedir una pizza de esas que no llevan nada fuerte (un poquito de carne) y agua para beber, y la verdad, no fue nada mal.

Pero en el momento en que me levante de la mesa y resoplé de satisfacción por la correcta ingesta, dio comienzo mi particular calvario. Entre el caos y el devenir de despedidas, mi cuerpo comenzó sentir movimientos, por desgracia muy familiares, a la altura del vientre. Ya sabia lo que me venía encima y en consecuencia intente actuar rápidamente. Un grupo ya mas pequeño nos dirigimos a un bar que solemos frecuentar para tomar un digestivo. Inmediatamente pensé: ¡ Ahí lo voy a soltar todo! y con una sonrisa bobalicona y paso firme me dirigí al lugar del encuentro.

Todas las personas que han sufrido algún tipo de indisposición sabrán perfectamente a lo que me voy a referir ahora. Hay una fórmula comprobada desde la época de los grandes matemáticos griegos (Euclides, Pitágoras, Thales...) que dice algo así:

'La presión que experimenta una masa de heces en el vientre de un ser humano es directamente proporcional a la distancia a la que esa persona se encuentre del dispositivo para evacuar dichas heces'

Atendiendo a esta fórmula, mi cuerpo comenzó a cambiar de estado: de indisposición pasamos a incomodidad mientras iba caminando. De incomodidad pasó a un leve estado de nervios con algo de sudoración mientras entraba en el bar. Ese estado de nervios pasó a agobio generalizado en el mismo momento que agarre el pomo de la puerta del baño, y ese agobio se convirtió repentinamente en histeria controlada cuando me di cuenta de que la puerta no tenía pestillo y no había papel higiénico.

En el mismo momento que mis facciones volvieron a la normalidad, salí de ese tugurio, me despedí del personal con una sonrisa forzada y me dirigí a mi coche para volver a casa a toda velocidad. El camino en el coche se convirtió en toda una odisea. Ya no estaba indispuesto, ya me estaba cagando. No veía peatones, no veía pasos de cebra. Llegue a creer que la mierda me estaba inundando el cerebro. Y creo que eso fue lo que ocurrió. Mi cerebro no actuaba con coherencia, y esa falta de coherencia me costo cara.

Me considero una persona respetable con las Leyes y las Normativas vigentes, sobre todo en materia de Tráfico. Pero anoche... no... queridos hermanos, anoche... no pude. Me cogió un semáforo en rojo y con mucho cuidado y sutileza, decidí que ese semáforo me lo tenía que saltar, ¿por qué? estaba mi culo en juego. Y efectivamente, me jugué el culo, y la cagué, pero bien. No, no llegue a defecar en mis propios pantalones cual niño de 3 años, como esperáis. En ese giro a la izquierda, inesperadamente, apareció una patrulla de la Benemérita como si la puta de Bulma hubiera lanzado una cápsula. El pirulo amarillo me indicó donde estacionar. - Carne de conducir, por favor -, me dijo el agente con voz imperativa. Mi cuerpo no paraba de estremecerse, los sudores fríos me caían por la frente y por la espalda. Respondí a todas las típicas preguntas sin levantar la cabeza. ¿Sabe que se ha saltado un disco en rojo?, ¿Ha bebido alcohol? La vergüenza circulaba por mi pecho como la mierda por mis intestinos. En esto que el señor agente se agacha un poco para verme la cara, apoya sus manos en sus rodillas cual futbolista extasiado tras un partido frenético, se sube la gorra con un pequeño golpe de nudillo y... que cara me vería para preguntarme: Carlos, va todo bien? Lo mire con ojitos de cordero degollado y le dije textualmente: Mire usted, tengo una descomposición de vientre que no se la deseo a nadie.

Finalizadas mis palabras el agente cumplimento debidamente la multa, me la entrego, me indico que tendría una sanción de 4 puntos y un importe económico. Acepte de buen grado la respectiva sanción, me daban igual los puntos, el dinero... me daba igual todo... solo quería llegar a casa. El agente me dio las buenas noches, yo le desee un buen servicio, se dio la espalda y cuando no venían coches me grito - !Ya puedes salir, corre! - Me tome al pie de la letra ese final de frase. Salí 'a to carajo' con un pequeño rechinar de ruedas y mientras me alejaba el otro agente se quedo mirándome con cara de 'este capullo quiere otra multa'

Aparque el coche subiéndolo a la acera, subí los escalones de dos en dos y abrí la puerta de casa con los pantalones ya desabrochados. Si realmente existe un paraíso, un lugar divino para unos elegidos, sin duda, estuve ahí durante ese tiempo.

Sinceramente, hubo un momento en que pensé que el agente me libraría de la multa, pero claro, ¿cuanta gente en este mundo habrá utilizado esa misma excusa? Es normal. Al menos se dio prisa en multarme, cosa que le agradecí enormemente. 

Resulta curioso como las típicas anécdotas que escuchamos del primo del amigo del vecino... nos cogen a nosotros mismos como protagonistas. Yo puedo contar la mía particular, y seguramente el agente de la Guardia Civil que me multó, también podrá contar la suya, y echará unas risas rodeado de tricornios y bigotes. 

Nunca me ha costado tan caro echar una buena mierda.

Carlos García 


(Gracias por dejarme publicarlo, no hay mayor honor que hayas sido tú el que inaugure la sección de Firmas Invitadas. Gracias de nuevo, Antonio)